El peso de las palabras violentas

Si bien los conceptos socialmente aceptados son definidos desde la literalidad del diccionario, en primera instancia son útiles porque el universo simbólico con sus notas tiene entre sus funciones la de ordenar: por un lado estructura, organiza la realidad para que no haya caos y, por otro, imparte e impone orden (a través de preceptos, leyes, advertencias) y desde allí indica cómo se deben hacer las cosas y cuáles no se pueden practicar, creando así un discurso implícito o explícito de permisos y prohibiciones.

Las palabras y sus sentidos dependerán de su carga valorativa, por su condición de no inocencia, de cómo, dónde y cuándo se las expresen y, a partir de ahí, sabremos de qué forma las incorporamos y repetimos, ya que nos han educado de una manera normativa y eso condiciona y nos condiciona.

De esta manera, cada uno de nosotros será responsable en tratar de iluminar el lenguaje, de que las palabras tengan una fuerza positiva, no violenta, de cambiar lo ensombrecido de un significado vacío, peyorativo o sórdido preestablecido.

Un ejemplo de la positivización de lo anteriormente negativo lo constituye nominar a una “persona que convive con el VIH” o decir que tal sujeto es “VIH positivo”, en lugar de mencionarla como “portador” o “infectado” –y ni hablar de “sidoso”-. Porque negativizar a alguien significa cargarlo con más peso (allí el menos es más, el signo -, negativo tiene como resultado que se lleve +, mayor carga) en su mochila, en su espalda, en su cuerpo y en su interior.

Específicamente y para abordar la diversidad sexual, a mí me interesa preguntar a mis pacientes en tratamiento analítico y a los asistentes al grupo de reflexión para varones gays que coordino en Puerta Abierta: “¿Qué circulaba en tu casa/familia acerca de la homosexualidad?”, “¿Cuáles eran los términos que se utilizaban para referirse a los gays?”. Lamentablemente la inmensa mayoría de los entrevistados expresa que siempre ha escuchado cuestiones negativas, patologizantes, malas, insultantes respecto a la homosexualidad, sólo excepcionalmente han escuchado algo positivo de ésta. O sea que hay modos de “malaeducación”, sobre todo en las escuelas y en los hogares, que internalizamos pues se enseña (¿o se enzaña?) desde una moral que crea prejuicios y viceversa.

Con las personas LGBTIQ aun continúa sucediendo lo que yo llamo “el discurso cultural del NO” o “la cadena de lo negativo” ya que, en mi experiencia clínica he estado registrando varias frases a modo de devoluciones de los demás como correlato de las entradas y las salidas de los placares, es decir, algunas respuestas recibidas cuando por ejemplo alguien se asume gay o lesbiana con un cercano o no tanto; mandatos que, justamente, comienzan con la negatividad, lo que refuerza el imperativo: “No podés hacerlo”; “No se debe”; “No lo digas”; “No lo muestres”; “No lo pienses”; “No mantengas esa fantasía”; “No elijas eso”; “No es correcto que toques a otro varón”; “No lo beses”; “No te le acerques”; “No está bien que te vean con él”; “Que NO te escuchen”; “No lo acaricies delante de mí”; “Qué va a decir la gente, que NO sepan que es tu novia, decí que es tu amiga o tu prima”. Dichas expresiones nunca pasan desapercibidas, jamás se las lleva el viento y, si no entran por un oído y salen por el otro, traen consecuencias obviamente negativas en la salud y en la sexualidad de los sujetos receptores de esos discursos amenazantes y condenatorios, seres que se van sintiendo y construyendo como diferentes porque los demás los ven y consideran así.

Y todo esto tiene que ver, insisto, con la educación, y además con la transmisión de lo judeo-cristiano. En palabras de José Milmaniene (fuente: Imago Agenda nº 92, agosto de 2005, pág. 42): “Antes de leer, carecemos de las palabras, y luego de leer poseemos los significantes que desocultan y revelan el Ser. Los textos fundacionales de la cultura son más que elocuentes al respecto: inscriben en el psiquismo las secuencias significantes que portan las enseñanzas y los mandatos, en un nexo de interacción, tal como lo indica el nombre mismo de la Biblia hebrea (Torá), que significa a la vez mandato y enseñanza. Nos constituimos como sujetos de la Ley a través de las enseñanzas, que siempre imponen normas que nos alejan del goce, tal como lo patentizan los Diez Mandamientos. Al imponernos el límite subjetivante, se nos transmite un modelo de ser, basado en la identificación con el valor de la palabra”.

Lo interesante y el desafío que se nos presenta en tanto humanos es que como tenemos la capacidad para crear realidades, podemos modificar lo literal del diccionario, los manuales escolares añejos o cuestionar los dogmas. Algo de eso está sucediendo en nuestro país hace varios años con algunos medios de comunicación importantes como ciertos diarios (por ej., Página 12) o el blog Boquitas Pintadas (creado por la periodista Verónica Dema) de lanacion.com, los cuales hace un tiempo relativamente corto empezaron a escribir “las” travestis, dejando de hacerlo en masculino.

Por supuesto, otra tarea ardua es la que tendrán los docentes, fundamentalmente si se cumple la Ley de Educación Sexual Integral, y es por ello que celebro la consigna de este año de la XXl Marcha del Orgullo: “Educación en la Diversidad para crecer en Igualdad.

Además y concluyendo, los terapeutas tenemos la responsabilidad de habilitar a los sujetos LGBTIQ –y también a los que no lo son, porque los heterosexuales también tienen conflictos con la sexualidad y el amor- para que puedan expresar con libertad, tranquilidad y firmeza sus sentimientos, su sexualidad, su vida, sus placeres, su erotismo, su deseo más allá de la orientación sexual y/o de la identidad de género que cada uno asuma, justamente desde lo positivo que implica ser diversos.

* Alejandro Viedma es licenciado en Psicología (UBA), psicoanalista y coordinador de grupos de reflexión para varones gay. Para comunicarte con él escribe un comentario a continuación o entra en www.alejandroviedma08.blogspot.com Facebook: Alejandro Viedma Psi – Cel:15-6165-4485.

 

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